AGENCIAS. Después de poco más de cinco años de no lanzar canciones inéditas, Natalia Lafourcade tomó una decisión, encerrarse en sus espacios más íntimos, y recorrer su propio pasado para entender su presente y modificar su futuro. Bajo esa premisa nació «De todas las Flores», su más reciente disco, que después de un año de su lanzamiento presentó ante un lleno Auditorio Nacional.
Y esa atmósfera íntima, dónde Natalia creó sus canciones, fue la que la artista buscó replicar en el escenario en la primera mitad de su concierto, con una lámpara de una luz tenue, opaca, con ella al centro, sentada en una silla y rodeada por sus músicos. Así, comenzó su repertorio, con un poema de María Sabina de fondo.
Entre ritmos lentos, canciones pacientes, sonidos de ambiente, que recuerdan a ríos, mares, y montañas, a naturaleza, y con una Natalia Lafourcade envuelta en un vestido tan largo como negro, fue que avanzó durante su concierto con las primeras canciones «Vine solita», y «De todas las flores», dos cartas de amor a sí misma.
Con su tema «María la curandera», «Mi manera de querer», y «Caminar bonito» comenzó su catarsis, su metamorfosis, y pasó de muchos silencios a envolver todo el Auditorio con su voz, entre sonidos de trompeta con sordina, guitarra eléctrica con tumbao latino, y percusiones afro antillanas, se levantó moviendo las caderas, para dedicar un tema a su público.
«Quiero dedicar esto a todo aquel que esté sufriendo», confesó Natalia, antes de interpretar «Pajarito Colibrí», «Ojalá todos podamos conseguir sentir esa libertad que todos merecemos», agregó la cantante, y continuó con «Canta la arena», ante un público que no cantaba, y se limitaba a aplaudir cada canción, y cada solo de piano, de guitarra o de trompeta.
Después de un recorrido de una hora, con el tema «Muerte», se consumó la transformación, Natalia se derrumbó en la tarima, se envolvió en su largo vestido, y se deshizo de él, emergió como se abre un capullo, o como sale una mariposa de su pupa, y desapareció durante unos minutos.
- LAFOURCADE LLENA DE RITMOS MEXICANOS EN AUDITORIO
Del negro, de ritmos lentos, y emociones opacas, volvió con un vestido naranja como las flores de cempasúchil, en interpretó clásicos de la música mexicana como «Cien años» y «La llorona»:
«Me encanta interpretar estas canciones que han formado parte de mi, que me han influenciado como artista», expresó.
Acompañada de su amiga, la española Sílvia Pérez Cruz interpretó «Soledad y el mar», cuando ya todo era canto y celebración, para ahora sí, pasar a sus clásicos, pero no de la forma de siempre, sino con ritmos diferentes. Por ejemplo cantando «Lo que construimos», al ritmo de cumbia.
«Hasta la raíz», y «Tierra veracruzana», pusieron a su público a bailar en pareja y celebrar aplaudiendo o abrazados, en algunos hasta destapó las lágrimas, para seguir con la cumbia con «Nunca es suficiente».
Para despedirse cantó «Tú si sabes quererme», no sin antes despreciar a los amores tóxicos, y recordarle a su público el verdadero amor de su vida:
«Son ustedes, ustedes si saben quererme», apuntó Natalia, mientras bailaba moviéndose por todo el escenario, agradeciendo también a sus músicos, todos mexicanos, salvo el trompetista que como Marc Ribot en el disco, aportó los toques cubanos a la presentación en directo.
Sus presentaciones continuarán la próxima semana, en la capital antes de seguir en Guadalajara y Monterrey, para después viajar a Estados Unidos, y cerrar su gira en Seattle el 8 de diciembre.