JUSTA MEDIANÍA.
Por: David E. León Romero
Siento un profundo orgullo, entusiasmo y emoción, por el hecho de que México tendrá, a partir del primer día de octubre, una Presidenta. Un suceso que marcará un parteaguas en la historia de nuestro país, que a su vez abrirá una etapa sumamente relevante para la vida nacional y, en específico, para las mujeres de nuestro país.
Además, resulta un alud de esperanza para 67 millones de mujeres que representan 52 por ciento de nuestra población, que, en mayor o menor medida, necesitan y merecen, la modificación de diversos patrones que día a día complican su existencia, atentando contra sus derechos e inhibiendo su potencial y crecimiento.
Su llegada es producto del voto de millones de mexicanos, de su extraordinario perfil, de sus resultados como servidora pública y del esfuerzo de millones de mujeres y hombres que han trabajado de manera incansable para que ellas sean tratadas con dignidad, respeto y reciban igualdad de oportunidades para competir y ocupar cualquier espacio y posición.
Ella llega en su mejor momento, con una gran preparación a cuestas y una experiencia inigualable; secretaria en el gobierno de la capital del país, alcaldesa de la delegación Tlalpan y Jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Su perfil es sumamente sólido, con una formidable preparación académica: licenciada en física, con una maestría y un doctorado en ingeniería energética por la Universidad Nacional Autónoma de México; además de ello, ha podido cursar diferentes programas en dos de las universidades más importantes del mundo: Stanford y Berkeley. Difícilmente podremos encontrar, dentro del abanico de servidores públicos vigentes, un currículum como el que ella ostenta.
Como hijo, hermano, esposo, padre y compañero de extraordinarias mujeres, confieso que me siento entusiasmado, esperanzado y emocionado de verla llegar al poder. Tengo 43 años y desafortunadamente, a lo largo de mi vida he sido testigo del trato inequitativo —por decir lo menos— que las mujeres han recibido, esto sin dejar de lado los tremendos y reprobables atropellos y vejaciones que millones de mujeres en todo el territorio nacional y de diversos estratos sociales han recibido por su condición de mujer.
Tengo, gracias a Dios, el privilegio de —intentar— formar, proteger y proveer lo indispensable a dos preciosas hijas; el pasado fin de semana platiqué con ellas acerca del gran ejemplo que hoy la doctora Claudia Sheinbaum Pardo nos provee; ellas, hoy niñas, tendrán en mente que podrán lograr todo aquello que se propongan, y todo quiere decir todo, incluso, portar la banda presidencial. ¡Enhorabuena!